Superhéroes de serie B (I)

Supereccemán

Cuando Luis Berruguete, más conocido en su barrio como El Pringues, salió a vender costo aquella mañana lluviosa de noviembre, no supuso que nada importante pudiera sucederle, y menos algo que cambiara su vida por completo. Pasaría unas chinas a los de siempre, quedaría con su contacto para dar lo que no le correspondía y quedarse con su parte y visitaría a su abuela Euli (de Eulalia), su única familia, que ya no podía salir de casa por un problema con las rodillas. Y poco más. Su vida no era nada del otro mundo, y la verdad es que no se quejaba. No era un hombre de acción y se lo había montado bien para vivir cómodamente, con algunos riesgos, claro, pero más que asumidos. Todo estaba bajo control y bueno, eso sí, la rutina lo tenía algo alobado. Así es que cuando una rata del tamaño de un gato y con la fiereza de un tiranosaurio le saltó al cuello acompañando el ataque con un grito infernal (así lo describiría el propio Berruguete a sus amigos y familiares, y al doctor, que no se lo creyó mucho) Luis no supo reaccionar de otra manera que dejándose morder. La rata hizo una escabechina (así lo contó el doctor a sus amigos de birras, que no se lo creyeron mucho) por lo que hubo que llevarlo a toda prisa al hospital. Allí se le hizo un apaño médico y Luis despertó al día siguiente en casa de su abuela, cubierto de gasas y con un dolor mayúsculo. A su lado, hacía guardia roncando la susodicha arramblada en la butaca. Sobre la mesita de noche, un porrón de medicinas. Sin pensárselo mucho Luis se tomó una pastilla de cada, sin leer el prospecto ni nada, y con las mismas se volvió a dormir. Cuando volvió en sí, la vieja ya no estaba y el dolor, extrañamente, tampoco. Se echó la mano al cuello. Nada. Se quitó las gasas y, para su sorpresa, allí no había herida. Tan sólo una marca rojiza que le picaba un poco. Como Luis no era muy listo y no entendía de cosas de médicos, agradeció en silencio el poder de los medicamentos y salió de la casa como si nada. Tomó el camino hacia su apartamento con la imagen, ahora algo onírica, de la rata todavía en su retina. Conforme se acercaba a su casa, comenzó a sentir un picor creciente por todo su cuerpo. Se rascó, como es normal, pero aquello iba a más. Los últimos metros los hizo corriendo y con taquicardias. Subió hasta su piso y allí la verdad le cayó como un piano de cola lanzado desde un quinto piso con mala leche. Cada centímetro de su cuerpo (el espejo del armario no mentía) estaba cubierto de una rojez irritante. Un eccema, pensó al recordar un capítulo de Hospital Central, el de dos semanas atrás. Aquello picaba la hostia. Salió del piso a toda prisa en dirección al centro médico de su barrio. La gente volvía la cabeza hacia el pobre El Pringues, más asqueada que otra cosa. Luis se pispó de sus pintas y se echó la capucha sobre la cara. A la vuelta de una esquina, una niña con coletas le ofreció una participación de lotería de navidad y Luis, que pensó que no todo en su vida tendría que ser malo, le soltó cinco euros a cambio del papelote de la suerte. Entonces sucedió... Al ir a cogerlo, tocó la mano de la niña cuya piel inmediatamente empezó a cubrirse de eccemas, a arrugarse, a enrojecerse y a putearse hasta que tras un grito poco espectacular la cría la palmó. Allí mismo, en aquella esquina, Luis Berruguete, alias El Pringues, supo cuál sería su destino (eso contó a sus amigos, aunque en realidad le llevó un par de semanas de meditación en su piso llegar a tal conclusión). Desde entonces vaga por las calles de España, atacando a los malechores con su superpoder, y a algún inocente también, porque su sentido de la justicia anda algo regular. Todo el mundo lo conoce ya como... Supereccemán, el héroe grimoso que te mata a picores.

Me mira así

Siempre le digo que no me mire con esos ojos y ella no me hace caso. Tiene ese tono inquisitivo, escéptico y hasta sucio a veces de mirar a la gente. Agacha la cabeza, se siente culpable, parece sentirse culpable, pero sé que cuando vuelva a mirarme sacará eso que tanto odio y querré no quererla. No lo puede evitar, me digo, pero con cada segundo de esa mirada pierdo un gramo de amor y me alejo un metro y medio de nuestro futuro juntos. Me dice que exagero, que ella no es así, que malinterpreto, que cómo soy, que parece mentira, que a estas alturas, que qué me pasa. Y yo qué hago, qué puedo hacer si ella me mira así y eso me está quemando.

Entre un Sol y un Sol#

Miro a derecha y a izquierda antes de cruzar,
miro atrás, adelante, y tras el ciego de los cupones, tras el verde del semáforo,
miro con los ojos y con lo demás,
miro abajo, al otro lado de las suelas de los zapatos, bajo el asfalto,
miro arriba, tras las nubes y las nubes de detrás de las nubes,
y aquí me quedo,
'atrapado por el blues de Memphis, sin poder salir...'
'Túmbate boca arriba'

'La cabeza derecha, así'

'¿Estás cómodo?'

"Sí"

'Respira tranquilo. No te muevas'

"Ya"

'Toma esto. Si te sientes mal, aprieta el botón'

"Vale"

Cierro los ojos y respiro despacio. La máquina me absorbe. Lentamente. Medio yo dentro, medio fuera. El silencio. Qué va. Algo suena. Algo lleva sonando todo el tiempo. Es. Es alguien que hincha la rueda de una bici y otro pedalea en una estática. Eso es. Afuera hay dos personas haciendo funcionar la máquina. Sí. Y la doctora lo dirige todo, sabia. Las manos sobre la barriga desnuda. Y en ellas el mando con el botón. El botón pánico. El tubo es estrecho y mis codos se apoyan en los lados. Un ruidoso, robótico y vagínico agujero blanco, frío, estrecho, y mis codos se apoyan en los lados, fríos.

Respiro despacio. Insssss, fuuuuuuuuuu, inssss, fuuuuuuuuuuu. Afuera el pedaleo. Shiiii, shiiii, shiiii. El bombín. Fiuuu, fiuuuuuu.

Luego llega el ruido como de martillo neumático acolchado. Debe ser como lo que oyen los enanos que viven dentro, los duendecillos de los martillos neumáticos, los que saltan rápido y fuerte para agujerear el asfalto y despertarme los domingos. Así un rato. Luego silencio y viene lo gordo. Golpes que no sé si vienen de fuera o de dentro. Pom pom pom pom...

Respiro despacio. Pom, pom. Insssss, fuuuuuuuuuu, inssss, pom, fuuuuuuuuuuu. Afuera el pedaleo. Shiiii, pom, shiiii, shiiii. Pom. El bombín. Fiuuu, fiuuuuuu. Pom, pom.

Entonces me aíslo. Respiro despacio, me pierdo en el ruido, los ruidos. Me fijo en las manchas de mi ataúd de metal. Está abollado. Me pregunto si será una deformación producida por la energía electromagnética que atraviesa mi cuerpo por mil sitios y sale por otros mil sin dejar cicatriz. Me pregunto más cosas que ya no recuerdo. Ahora me pregunto si no las recuerdo por culpa de las ondas loquesean que me han lanzado con mi consentimiento (con fecha y firma).

¿Cuánto tiempo habrá transcurrido desde que todo empezó? Pom, pom.

Entonces todo se calla (todo no, siguen el de la bici y el del bombín). Listo. Se acabó.

'Ya hemos terminado'. Listo, sí, se acabó.

"Vale"

'Te saco ahora'

"Bien"

"Gracias"

Mi planeta

Cuando llegué de mi planeta, Sjrhgu (se pronuncia |Esjru| y en español podría traducirse como "esfera luminosa de color ocre y verde que respira por sí misma y nos da su aliento vital hasta que llegue al fin de su ciclo, oh, diosa sólida, oh, cuánto te adoramos, oh"; es curioso, ahora que me doy cuenta, que en mi idioma materno (y digo materno para que me entiendan, ya que en mi planeta no hay madre ni padre tal y como aquí se entiende, nacemos (nacer no sería la palabra más correcta..., si acaso se entendería mejor si hubiese dicho "surgir", "brotar"; es curioso, al hilo de esto, porque cuando llegué a la Tierra una de las primeras cosas que tuve que explicar fue la reproducción de los de mi especie. A la gente le parecía muy extraño que no saliéramos del cuerpo de uno de nuestros antecesores y que eso no afectara en absoluto al sentimiento de amor recíproco entre una generación y la siguiente, y que el hecho de morir (bien, sería conveniente explicar que morir morir, no morimos, ya que nuestro espíritu va a la tierra y algo de nuestra conciencia pasa a los miembros de la siguente... cómo decirlo... hornada familiar? Es... complicado... mmm, por, ¿por dónde iba?

28 años después

Cuando lo recuerdan todavía se emocionan. Sentados en el sofá de su salón, cogidos de la mano, nos cuentan cómo fue:

Ella: Éramos un manojo de nervios. No sé si fui yo o mi marido...
Él: Fui yo, lo recuerdo bien.
Ella: ¿Seguro?
Él: Que sí... que fui yo. Lo recuerdo porque no encontraba el número en la cartera y tuve que subir al dormitorio. Lo tenía en el cajón de la mesita... Y ya que estaba allí, llamé desde el teléfono de arriba.
Ella: Es verdad, que luego llegué yo y ya estabas esperando a que lo cogieran.
Él: Eso es. Estaba muy nervioso y como el número era tan largo, con tantos prefijos, me equivoqué varias veses. No sé si recuerda los teléfonos de rueda... En fin. Marqué por fin y me dio tono.

...

Ella: Eso nos daba igual. Niño, niña... Lo importante es que estábamos ilusionados, éramos jóvenes y queríamos dar el paso.
Él: Sí... bueno, la verdad es que yo prefería niño.
Ella: ¿Sí? Mmm. ¡Pues eso no es lo que dijis...

...

Él: En fin. Que fueron muy amables. Se puso una señorita y nos pidió los datos. Yo pensé que no hablaría español, pero sí. Claro, como yo no sabía cómo funsionaba eso le pregunté si habría retraso o algo, porque ya se sabe que Correos va como va... Pero qué va. Me dijo que todo estaría listo en nueve meses, como mucho, que se podía dar el caso de que incluso llegara un par de meses antes...
Ella: Claro, claro. Si eso todo el mundo lo sabe.
Él: Ya, ya, pero yo estaba muy nervioso y no se me pasó por la cabeza...
Ella: Así es que tocaba esperar.

...

Ella: Y nada. No estaba claro el día pero vamos, que llegó cuando tenía que llegar.
Él: Yo no estaba en casa pero por lo visto el muchacho muy amable. Sólo había que pagar los portes París-Almería, ¿no fue así, cariño?
Ella: Sí, bueno, yo le di una propinica al chaval. Aunque primero comprobé que todo estaba correcto.
Él: Jaja, recuerdo que pensé que lo traería una sigüeña...
Ella: ¡Qué hombre! Si el niño venía embalado con un cariño... con sus corchos para evitar golpes...
Él: Jaja, ya ya.

...

Ella: Y muy contentos.
Él: Sí. Ya es todo un hombre. 28 años tiene, hoy los cumple.

La venida

Nació bajo los rayos de una tormenta que todavía los más viejos recuerdan. Su madre, la única pastora conocida de Aleuje, andaba guardando las ovejas de la lluvia bajo una arboleda cuando rompió aguas y al sentir la cabeza de su hijo asomar corrió a parir bajo un sauce. El grito del recién nacido fue la señal. Las nubes se llevaron la lluvia hacia la montaña, los animales se arrimaron en silencio y el viento dejó de rugir. Bajo el sauce, la madre nada pudo hacer antes de morir. El niño, todavía cubierto de sangre, sonrió.

Ya no

Mi guitarra cumple por estos días catorce años. Ella no lo sabe pero ya no pienso en ella. Ya no la toco como antes. Ya no echo las tardes con ella cuando quiero pensar, ni las noches cuando quiero olvidar. Hoy la cogí un rato, hasta que me dolió, y ya no suena. Ya no hay confianza entre sus cuerdas y mis dedos, ya no gime, tartamudea, y cuando la dejo en su esquina se olvida de mí y yo de ella.

Domingo

Desperté de una isla que en mi sueño no estaba en los mapas.



En mi espejo de las mañanas la ventana siempre está abierta y en ella la gente parece recién dormida.



El motor murmura ronco afuera, detrás de las sábanas.



Las horas esperan demasiado quietas allí arriba. El olor. Huele a levantarse otro día.

Mi bola

10:15. Tengo una bola negra mate en el cerebro. Y se mueve. La noto detrás del ojo izquierdo y luego del derecho. Si empujo los ojos con los dedos la bola se va hacia la nuca y allí se queda un rato hasta que vuelve a su sitio favorito. Duele.

12:24. La bola sigue ahí. Ahora está girando. No puedo explicar cómo lo sé pero lo sé. Tiene rotación. Se ha quedado detrás de la frente y ahí baila sin parar. El dolor es distinto: raspa, pincha y quema.

14:30. Durante unos segundos parece que no está, pero es puro teatro. Está ahí, y ahora crece hasta ocupar el 90% de la cavidad craneal. Ahora el dolor es... es... como el napalm.

16:00. Ya. Floto en el dolor y qué más da todo, me la suda, que se joda el mundo y a tomar por culo.

El hombrecillo

El hombrecillo del estómago no esperó a que G. despertara de su siesta. Trepó desde su cálido cubil hasta la garganta, separó la mandíbula haciendo fuerza con sus musculosos bracitos y salió de G. dando una estilosa voltereta. El cambio siempre era traumático. Afuera todo era grande y frío y nunca sabía si aparecería delante de un público poco abierto a nuevas experiencias. Aspiró lentamente el aire fresco del exterior hasta llenar sus pulmones y acto seguido se limpió las babas en que estaba bañado contra el jersey de rombos de G. Estaba solo, observó, y su gordo anfitrión roncaba apoyado en la oreja de un viejo sillón siestero. Con un par de cabriolas bajó al suelo y atravesó la habitación con velocidad ratonil hasta llegar a la puerta de la casa. Se detuvo un momento para mirar atrás, sin nostalgia, salió por debajo de la puerta y se marchó a...

Se fue

Se fue dando un portazo, y tras de sí mentiras y verdades se confundieron al caer al suelo, sin color, apagadas por el ruido seco de la madera contra la madera, la ventana no quiso ser más la chivata de siempre y se escondió tras las cortinas, la alfombra se arrastró bajo la cama y la lámpara nunca más se dejó tocar el casquillo.

Siesta

Se puso llorosa con aquella película mala, cambió de canal con la primera lágrima y se quedó dormida en el sofá con el runrún de los anuncios.
Anoche soñé que era un personaje de los Simpson. Era un hijo más de la familia. Bart, Lisa y Maggie eran mis hermanos y yo era el mayor de todos. No recuerdo si tenía un nombre distinto o qué. Era yo y punto, y me sentía bien, integrado, como si mi vida hubiese sido siempre así.

(Esta mañana, ya despierto, he pensado que quizá todo esto viene porque desde hace unos días me veo, no, me siento amarillento, y no sé si es por la luz del otoño -venga de fuera o de dentro-, por el frío que llega a medias, o por yo qué sé.)

En el sueño (o capítulo de los Oniric Simpson) Lisa tenía un par de peras increíbles y estaba siempre por ahí de juerga (casi no la recuerdo, sólo aparece una vez para enseñar sus tetas de silicona y se va) y Marge y Homer estaban todo el día rompiendo la cama. Así es que Bart, Maggie (que andaba de puta madre y hablaba por los codos con una voz parecida a la de la vicepresidenta de la Vega) y yo pasábamos el rato viendo la tele o comiendo.

(Luego he pensado que lo de las tetas y el sexo es producto de la parte reptiliana de mi cerebro, que siempre va a lo suyo.)

Mientras estamos viendo la tele, a Bart y a mí se nos ocurre quemar la casa como travesura. En realidad se le ocurre a él pero como él también es fruto de mi sueño, supongo que soy yo quien tiene la idea y me la cuento a mí mismo a través del personaje de Bart. Yo (el personaje que hace de mí) me resisto un poco pero extrañamente me dejo llevar y con cerillas y gasolina que había por allí (?) lo quemamos todo. Homer, Marge y Maggie se quedan dentro y deduzco que mueren. Al rato vienen los bomberos, sacan sus mangueras y se colocan frente a la casa para hacer su trabajo, pero el agua no sale. Revisan el camión y la boca de incendios pero nada. Todo el mundo se pone muy nervioso. Hay gritos (puede que de Marge, Homer y Maggie). Bart y yo nos reímos escondidos en la casa del árbol pero yo en el fondo tengo regomello, y me despierto.

Ahí es cuando me levanto a mear, qué ganas, y apago el fuego por mi cuenta.

Dos hombres

En la calle. Es de noche. Hace frío. Dos hombres con gabardina fuman bajo la luz de una farola:

Hombre 1: ¿Qué harás luego?
Hombre 2: ¿Luego?
H1: Sí, luego, después de matarme.
H2: Ah, bueno, no sé. Tiraré la pistola al río y me iré a casa.
H1: Te darás una ducha.
H2: Puede. La verdad es que me he duchado esta tarde y puedo aguantar así hasta mañana. No soy un guarro, pero tampoco soy de ducharme dos veces al día. ¿Por qué...?
H1: No sé. Por eso de quitarse el momento de encima, ya sabes, el sudor del asesino.
H2: Ah, eso. No, bueno, yo, a mí eso me da igual.

(unas caladas)

H1: Lo haces mucho.
H2: El qué... matar, ¿te refieres a matar?
H1: Sí.
H2: Sí, claro, vivo de esto.
H1: Y cuándo...
H2: ¿A ti? Pues ahora, no sé, cuando acabemos el cigarrillo, si te parece.
H1: Bien, me parece bien...

(unas caladas)

H1: ¿Dolerá?
H2: No sé, puede. Pero ya sabes, esto es así.
H1: Ya ya, si lo entiendo...

(unas caladas, las últimas)

H2: Mmm, se me acabó...
H1: Ya, a mí también...
H2: ¿Hace otro?
H1: ¿En serio?
H2: No.

Aguacero

Gota en la oreja. Huy. Gota en la frente. Ah. Gota en la coronilla, en la mejilla y en la nariz. Mierda, me va a llover. Miro a mi alrededor. A la gente parece importarle poco. Inconscientes. Algún listo lleva paraguas y lo desenfunda. Cómo odio-envidio a la gente precavida. Los miro mal pero ninguno capta mi ataque de repulsión y eso me frustra. Y el cielo gris tirando a negro. Las gotas vanguardistas de infantería dan paso a las hordas de caballería que se arrojan sin piedad sobre mí, sobre todos. Un gordo sonríe cuando el agua golpea su paraguas azul. Cabrón. Busco un lugar seguro, un techillo de acera, una cabina, lo que sea. Me meto en un portal salvador. Bien. El portero me pregunta que a qué piso voy, le digo que a ninguno, que la lluvia está ahí fuera... dice que nones y apunta a la calle con su dedo de verdugo. No quería, pero no me queda otra. Corro y corro hacia casa. A los cinco segundos parezco un tuberculoso ciego. Me cuesta respirar y las gafas están mojadas por fuera y empañadas por dentro. Recuerdo cuando era niño, cuando veía y corría. Cuánto potencial desperdiciado. Vuelvo a correr. El aire (¿y el agua?) se mete por la boca y me raja los pulmones. Me pesan las piernas. Corro. La lluvia me golpea todo. El agua se cuela por todas partes y creo que ya soy una masa informe de carne y ropa empapada. Corro por el paso de peatones y temo caerme, está mojado y resbaladizo. Un coche pita, me pita. No vi el semáforo, mierda. Me resbalo y caigo al suelo. Pero no me duele. El cielo sigue lloviendo sobre mí, en mi cara. Las nubes parecen incansables, pienso. ¿Las gafas? Espero tumbado, ahora más tranquilo. Palpo a mi alrededor en busca de las gafas. No están. Tampoco las manos, ni el resto. Entonces me deslizo con/en/por, soy, el agua hasta una alcantarilla y me escurro por ella hasta desaparecer.

Amor incondicional

Iban cogidos de la mano, entre árboles y zarzas, tras el sol que caía hacia la noche. Ella se volvió hacia él, lo miró durante unos segundos, casi con amor, y con el tentáculo que salió de su frente, le chupó el cerebro a través del ojo izquierdo.

Algo haría, dicen

En el número cincuenta de mi calle vive una mujer que hace más de treinta años que no sale de casa. Cuando yo era chaval jugaba con mis amigos a tocarle el timbre, para joder. Cosas de niños. Ahora ya ni suena (hace poco lo volví a intentar) pero sé que ella sigue ahí dentro. He preguntado en el barrio. Las vecinas, con la boca medio abierta, dicen que una hija le lleva de comer una vez a la semana, de noche, que es cuando la vieja se atreve a abrir la puerta, sólo lo justo para que sus arrugadas manos agarren las bolsas de comida, y luego corre, como hacen los viejos, muy despacio, hasta el salón donde está su butaca, su tele y su ganchillo y allí se queda. Ni siquiera cruza palabra con la hija. Pobre. Ha renunciado al mundo, me cuentan las vecinas a coro, como ensayado durante años. Fue una mala madre, añaden; sí, una mala madre, hace de eco una. Su hombre se fue a la ciudad con los niños y ella se quedó allí, congelada en el tiempo, castigada sin vivir. Algo haría, dicen las más viejas, las de negro, como quien lo sabe y se lo calla. Es su penitencia, y todas asienten a la vez.

Despertar no es tan fácil

Al día siguiente me levanté con dolor de todo y una sonrisa pegada en la cara. Me arrastré hasta la cocina, requemé el café y me dejé en el sofá. Puse la tele no sé para qué. Para oír algo. Y así un rato largo. El café sabía a whisky y yo olía a tabaco de otro. Mi pelo era alquitrán. Quise ir al baño pero esperé. Estaba bien así, pegajoso, calentito y semidesmayado. En la ventana se veía volver el invierno, con dudas, pero volvía. Sonó el teléfono a lo lejos y casi me levanto. Lo pensé mejor y no. No sé qué pasó después y luego se ve que me dormí.