En la cima

Sentado aquí, sobre la piedra mohosa que tanto nos gustaba, la niebla termina de escalar los últimos metros hasta la cima. Hace un sol tempranero que se rinde fácilmente. El frío se mete por la nariz, por los tobillos. La tierra fresca, la hierba removida por el pico. Un pájaro enorme busca algo que llevar a sus crías. La última calada llega hasta la boquilla. Agarro la pala, termino el túmulo casi a ciegas y tomo el camino que tantas veces hicimos, de vuelta a casa.

Ruidos

Al mismo tiempo que tú llegabas a tu casa, te ponías cómoda y encendías la tele para dormirte con su runrún, yo miraba el techo en la mía, jugando a buscar formas en las sombras, espíritus espías, ruidos del vecino, de mi estómago, en mi cabeza. Encendí la tele y me acordé de ti, y pensé en llamarte para no sé, oírnos, puede ser. Luego me dijiste que pensaste lo mismo. Mentías, pienso, pero eso es cosa mía. Dijiste que me necesitabas, pero al final te bastó con el runrún de la tele, y a mí con un sandwich, te dije. Otra vez mentías. Y yo también.

El cubo negro

X, la hija menor de la diosa Y, no puede dormir. Da vueltas en su cama de plumas de grifo. Siempre le pasa lo mismo la noche previa a un examen. Se pone nerviosa y luego se levanta con unas ojeras que ni el mejor maquillaje puede ocultar. Y esta vez toca Creación de Estrellas, la troncal más jodida, y sabe que la va a suspender porque se pasado las últimas semanas vagueando con sus amigas.

Se levanta y envuelta en su bata va a la cocina a preparse una infusión relajando. Mientras el microondas calienta el agua, X cierra los ojos y encuentra al culpable de su situación. Es el puto ruido del cubo negro. Su madre lo tiene siempre encendido, desde siempre, que ella recuerde, y aunque de día no molesta, en el silencio de la noche emite un zumbido insoportable que se te mete en la cabeza y como no te duermas a la primera ya puedes despedirte de conseguirlo esa noche. Un poco de leche y azúcar después, X se dirige sin dudarlo hacia el salón. Allí está, encima de la tele. Es un cubo negro que de vez en cuando se ilumina débilmente. De allí viene el maldito zumbido. No entiende por qué siempre está conectado. Su diosa madre no deja de recordarle que los aparatos conectados gastan un 15% de energía, y siempre se da un paseo por toda la casa apagando los pilotitos rojos de todas las teles y monitores. X coge el cubo negro. Está frío y pesa una barbaridad. Busca detrás, delante, arriba, abajo, a un lado, a otro. No hay interruptor, parece. Cacharro inútil. Varias lucecitas se iluminan cuando lo agita. X no se lo piensa dos veces y tira el cubo al suelo. Vaya, qué "accidente" tan triste, piensa con una sonrisa en la cara. El cubo se ha roto en mil pedazos.

Fin.

(Si ese cubo hubiese sido el Universo, como podrías haber supuesto, después de apagarlo todos habríamos muerto, también tú, claro. Pero no lo era. Era un cacharro de los chinos de esos que nadie compra y que no sirven para nada pero que para alguna gente tiene cierto atractivo estético inefable.)

El meteorito

Raúl Molina cantaba en la ducha una de Juanito Valderrama cuando el tabique que separaba el cuarto de baño del patio se le vino encima con el consiguiente ruido, polvo y gritos improvisados. Lógicamente Raúl dejó de cantar y cuando se quitó de encima los ladrillos se vio reflejado en el espejo. Sorprendetemente ileso, el profesor prejubilado parecía una croqueta humana, medio embarrada, adornada con algunos arañazos poco heroicos. Raúl salió de la ducha y se encontró con la siguiente escena: un pedrolo sideral había caído en su patio de luces, destrozando de camino las paredes de las viviendas antes de caer en el centro, parece que sobre Conchita, la vecina casi centenaria del edificio, pues asomaban los (parece que eran) pies enfundados en las características (quizá apestosas) zapatillas azules de la viejecita, ya muerta (es de suponer).

Los bomberos llegaron rápido, levantaron la piedra candente y sacaron lo que quedaba de Conchita. El olor a vieja quemada no es nada agradable (tampoco el de vieja viva, por mucha colonia que se eche encima).

La Concha, muerta por un meteorito. Quién lo iba a decir, con la de achaques que llevaba a sus espaldas, todos mortales, y tenía que venir una piedra del espacio exterior para espachurrarla. Años de pastillas, tratamientos y miedos (a los microbiios, a los pelotazos de los niños que juegan al fútbol delante de su casa, a caerse y partirse la cadera...) y mira... El destino, que es un cachondo.

Raúl, todavía desnudo, no pudo evitar una erección al ver en el piso de enfrente a su vecina Carmela en idéntica pero más curvilínea desnudez. Años después aquel recuerdo le ayudaría a sacar una sonrisa en los peores momentos, cuando sin querer le venía aquella imagen de destrucción y erotismo. Carmela, creerá recordar él, no atendió a aquel levantamiento tan poco oportuno, pero se equivocará. La vecina sí que lo vio y la verdad es que cuando le viene el recuerdo se le suben los colores y se le aviva el calorcillo ese que su marido nunca le ha podido calmar.

El Profeta y su futuro converso

En un callejón de un pueblito perdido donde sea. Un hombre de carisma habla con un escéptico y chaquetero creyente:


El Profeta: En verdad, en verdad os digo...

El futuro converso: Y dices, en verdad dices, que...

El Profeta: En verdad digo, y no digo más que lo que digo...

El futuro converso: Y dices...

El Profeta: Y digo...

El futuro converso: ¿No querrás decir que...?

El Profeta: No, si dijera eso que dices que digo acabaría por desdecirme y en verdad os digo que lo que digo es lo que digo y no lo que no digo, ni algo parecido o similar...

El futuro converso: Dices decir...

El Profeta: ... y digo...

El futuro converso: ... y dices... ¿qué dices, en verdad?

El Profeta: En verdad os digo que si dejamos caer las hojas de los árboles,
y soltamos las amarras que frenan a las nubes
quizá, sólo quizá, Él nos libre de la tiranía y...

El futuro no converso: Eso, amigo, eso es mucho decir.

El dolmen gallego

Quién nos iba a decir que en Galicia se podía dar un paisaje tan... contradictorio.