Hurgando

Primero acaricié su linda mejilla con el filo de la navaja, luego corté.

Cuando la piel se rompe hay una música, un arrullo armónico que sólo es perceptible si estás preparado para él. Cuando la sangre se derrama, arteria, piel, vello, por el brillante metal, cuando se la deja correr, la música se proyecta hacia todos lados, estruendosa, como si un invisible director de orquesta ordenara con un violento movimiento de su batuta que mil músicos pasaran de un pianissimo a un fortissimo en una décima de segundo. Es esa música la que me sube por la espalda y me eriza, me hace gritar, más fuerte incluso que los gritos de ella.

Gritaba suplicante, lloraba y sus lágrimas embarraban la pureza de su sangre liberada. Corté su pelo como pude. Se movía demasiado y me llevé una oreja. Gritó más y me insultó. Le corté la lengua. Entonces sangró mucho y vomitó.

Siempre quise ser bueno en los deportes. Entrenaba más que ninguno en el equipo del colegio. Corría y corría hasta que me las piernas me explotaban de dolor. No sirvió de nada. Era torpe y eso no lo iba a poder arreglar jamás. A la profesora de gimnasia le puse un escorpión en el cajón de su mesa y estuvo de baja casi todo el trimestre.

Se desmayó y me puse a hurgar dentro de ella. Esto me relaja, cuando ya está casi muerta o muerta y puedo concentrarme. Respiro profundamente y me pongo a lo mío.

Un pulmón es mucho más asqueroso cuando lo pones sobre una mesa que en las fotos que salen en los libros de biología.

Monólogo

Hemos tenido miles de conversaciones como esta pero nunca antes me habías hecho sentir tan imbécil, o tan incomprendido, o simplemente tan fuera de lugar. ¿En serio? ¿Te burlas de mí? Pues claro, es que no te das cuenta de lo hiriente que puedes llegar a ser a veces, lo terriblemente cruel y lo poco que te importa hacer daño, porque seguro que el subidón que te provoca merece la pena, ¿verdad? No, no es eso. Simplemente no lo puedo evitar. Pero pensé que tú me entendías, al menos un poco. Pues no, no te entiendo, ni quiero. Sólo quiero que no lo vuelvas a hacer, nunca más. Lo intentaré... Eso no es suficiente. Ya no me vale con eso. Ya no. ¿Entonces? Entonces nada.

El plan

Tengo un plan para salir de aquí. No será como aquel en el que tenía que cerrar los ojos y contar hasta diez. Ni habrá que usar el poder de los guiños, ni el de los interruptores que no funcionan, ni tendré que escribir y borrar palabras sin sentido mil veces. El mío, este, es un plan perfecto, y nadie se reirá de mí.

En mi mesa tengo todo lo que necesito.

Dos imperdibles, que agarran lo que quiero quedarme -tú y mi despertador; la madera que le sobra al sacapuntas, que en realidad no sobra; el espejo aquel roto que me dio tan buena suerte, para variar; la carta, el comodín con el payaso con risa de malo, que vale para lo que quieras; y el boli, para ir escribiendo cada uno de los recuerdos que ya ni recuerdo.

Mañana será el día.
Todo queda dicho,
para que conste.

Desnudez

"Viví algunos años colgado de una pared, como un cuadro. Y vi muchas vidas desde allí. Y aprendí mucho. Un día todo terminó. Al bajar descubrí que tenía la cabeza toda cubierta de polvo. Años de polvo sobre el pelo. Quise sonreír pero los brazos me dolían tanto que permanecí durante varios días tirado en el suelo gritando, ahogado en lágrimas. Cuando intenté levantarme por primera vez (y por segunda, y por tercera, y) me rompí por dentro, o al menos eso creí. Mi cuerpo no iba a obedecerme sin hacerme sufrir. Fui paciente y semanas después lo conseguí. Me arrastré hasta la puerta de aquella casa e hice un último esfuerzo para levantarme, para salir caminando de allí, con cierta dignidad. En la calle había mucha gente, mucho ruido. A la gente ya la conocía. El resto era nuevo para mí. Caos, mucho caos vi. Entonces un señor vestido de azul vino hasta mí y me detuvo por escándalo público, dijo, "que no se puede ir por ahí desnudo, hombre"".

Memorias de Jehová (Madrid, 2007 D. de Idem).

Otros tiempos

Alejamos a la gente con manguerazos de agua y luego, cuando el agua no fue suficiente, usamos los lanzallamas. No les gustó. A nosotros tampoco, aunque estemos acostumbrados a oír gritos de dolor y a oler a carne quemada. Cuando ardieron unos cuantos, el resto salió corriendo hacia sus refugios, chabolas más bien, en su barrio, El Último, lo llamaban. Llegué a casa y todavía tenía el olor conmigo. Mi mujer se dio cuenta y se metió en el cuarto de baño a llorar. Me quité la ropa y la tiré a la basura. Luego me fumé un cigarro con el resumen del fútbol en la tele a todo volumen.

Un paso menos

Un paso atrás. Una y otra vez, a la carrera, sin aliento y con una sonrisa en el bolsillo reservada para luego. La de la nostalgia que luego se tornará mueca arrepentida, grito y pesadilla. Y tras de sí un futuro ya vivido que huele a moho y a calcetín sucio.

Con el café de la mañana el primer latigazo de realidad le encoge las gónadas. Luego se prepara para un duro día de consciencia desfibrilada a golpe de segundero. Tiene en la mirada ganas de muerte y en el estómago un nudo que le obliga a respirar. Sale a la calle con paso firme y ahí comienza la farsa. Un paso atrás, un paso menos para el principio, para el final.

Justicia espacial

Lo agarramos entre tres y lo tiramos por la escotilla. No fue un acto de violencia gratuita sino pura justicia. Nuestra justicia. Luego nos quedamos mirando su trayectoria hacia el infinito. El aire de su traje espacial le permitiría aguantar un par de horas. Tiempo suficiente para pensar en las consecuencias que tienen ciertas acciones. ¿Lo merecía? Quizá no, pero aquí las leyes no son algo inflexible, van y vienen según se van necesitando. Decidimos que sobraba y no hubo apelación posible. Lloró, claro, y suplicó, pero qué iba a hacer. Nosotros somos más. Saqué la cámara de fotos e inmortalicé el momento. El hijo de puta hacía una estampa preciosa. Al fondo las estrellas, Marte a su derecha rojo e iluminado por el sol que a nuestras espaldas parecía disfrutar con el momento igual que nosotros.