Cine ciego y de terror

No sé si habéis visto la peli Delicatessen. Si no, vedla. Es grande. Mi piso es como aquel, solo que sin un carnicero asesino proveedor de carne humana para sus vecinos en el piso de abajo. Aquí se oye todo y si prestas atención (no hace falta esforzarse demasiado) es como estar en una sala de cine sonoro (ver no ves, claro) en la que los sonidos te llegan de todas partes, incluso de arriba y abajo.

De abajo los gritos de la madre a su hijo. A ella la dejó el padre del niño, abandonada, abandonados, y lo grita para que todo el mundo lo sepa.

De no sé dónde (no sé dónde y eso me vuelve loco) el sonido del despertador con sonido de cuco, que me ataca a todas horas (no cada hora), de noche y de día, y que supongo pertenece a alguien con un trabajo de horario aletarorio y periodos de sueño extraños (¿un artillero desactivador de bombas, un sicario o un exorcista? no sé, alguna profesión con disponibilidad total que requiera dar por culo a los vecinos con su falso cuco.

De arriba llegan las carreras. Son gatos, creo, que corren por un pasillo. Pero eso me da más igual, porque yo también tengo dos y traslado las carreras a los oídos del vecino de abajo.

Del patio de luces llega la música bachatera, más gritos y olores a comida de todo tipo. Mi venganza hoy se ha llamado Queen a toda hostia. Ahora es el turno de Muse.

Orden y Caos

Por mucho orden que ponga siempre se me cuela una dosis de caos que acaba por dominarlo todo. Qué trascendente te has puesto, oye. No, es que estoy ordenando mi habitación y no hay por donde cogerla. Ordeno en un lado y el caos se desplaza hacia el otro, como cuando soplas el polvo y limpias aquí para ensuciar allí. He tenido que rendirme y admitir que lo único que puedo hacer es mover el caos de sitio, para que no esté cómodo del todo. Qué menos.

Lapo electoral

Ya tengo mi voto decidido. Irá en un sobre, como los demás votos. Aparentemente no habrá diferencia con el resto de votos. Nadie lo podrá distinguir a simple vista. Mira, un voto, dirán, y seguirán a lo suyo. Obviamente no será un voto normal.

La verdad llegará en el recuento. El presidente de la mesa y los vocales se pondrán a abrir sobres. Este para aquel, este otro para el otro, y así, sumando votos azules y votos rojos, naranjas, magentas, verdes y de todos los colores. Cuando abran el mío llegará la sopresa. ¿Y esto? ¿Quién ha sido el cerdo que ha soltado un lapo dentro de este sobre vacío?

PD: es posible que me hayan llamado para participar en una mesa electoral, pero hasta que no me encuentre la Autoridad no lo sabrá: no vivo donde estoy censado y allí ya nadie sabe de mí. Desobediencia civil o pereza, lo mismo da. La cosa es que no voy.

Bullshit

Cuando das la vuelta a la esquina aparece otra esquina, y otra más detrás de esta y otra, y otra. Están ahí por joder, no encuentro otra explicación.

Los hombres que viven en las alcantarillas

Desde las Tortugas Ninja, pasando por los mutantes subterráneos de Futurama, Fraggel Rock o la resistencia humana de Demolition Man, sin olvidar a los morloks, desde siempre, desde que yo tengo memoria, ha habido hombres o sucedáneos de hombre viviendo en las alcantarillas. Es algo natural. Entiendo que la mayoría de la gente quiera vivir en la superficie del planeta. Corre más aire y da el sol, que te pone la cara caliente si te lo quedas mirando un rato, o te alimenta a través de las plantas. Admito que yo soy de superficie. Lo raro sería lo contrario. Pero no me sorprende que haya una parte de la población, no sé cuánta exactamente, que quiera vivir en las alcantarillas.

No sé qué harán allí para pasar el rato. Verán la tele por cable, jugarán al escondite, cazarán ratas. Cuando vemos a los hombres de las alcantarillas en las películas siempre van sucios, huelen mal (imaginamos que huelen mal), tiene los dientes negros y comen cosas asquerosas. Es normal, se adaptan al lugar en el que viven. Si el mundo de las alcantarillas fuera un ejemplo de limpieza y calidad de vida es probable que más gente se fuera a vivir allí, y no creo que sus habitantes quieran que eso suceda. Mejor mantener las distancias, hacerlo poco atractivo para los turistas o inmigrantes. Si a alguien se le ocurre allí pasar la aspiradora con demasiado ahínco, se le avisa una vez, y a la segunda, a la puta calle. Es lo que yo haría.

Para qué mentir, no conozco a nadie que viva en las alcantarillas. Tampoco es que me apetezca conocer a uno de sus habitantes. Tengo la sensación de que habría pocos temas de conversación. Somos de mundos diferentes. Yo vivo en un segundo, y eso ya te marca... Imaginaos vivir bajo las calles, con la de mierda que hay allí. Si no te vuelves loco con tanto olor a mierda es que no eres persona. No es que yo sea xenófobo ni nada con esa gente, pero solo pensar que tengo que hablar con uno de esos subterráneos y ya me dan arcadas. Y eso que yo no soy un tío extremadamente limpio. Pero es que esa gente si se lava seguro que lo hace con aguas fecales. Asqueroso, respetable pero asqueroso.

Imbéciles

A diario me tropiezo con varios. Los tengo en un ránking que repaso concienzudamente cada cierto tiempo. La razón, que la imbecilidad tiene sus altibajos y no siempre el aparentemente más imbécil merece seguir estando en lo alto de la tabla. La competición es dura. Los imbéciles luchan entre sí sin saberlo por escalar puestos, por encumbrarse y llevarse mi aplauso personal, callado, mi aprobación, que a veces les transmito oculta entre otros comentarios más inocentes o simmplemente con una palmadita en la espalda.

Los imbéciles lo son a tiempo completo, y eso es muy duro. Veo sus esfuerzos, minuto a minuto, por destacar, por llevarse la medalla de la imbecilidad, sin que parezca importarle a ninguno perder la dignidad en el proceso. La dignidad es lo de menos en la escala de valores de los imbéciles.

Muchas veces los veo juntos, hablando, riendo, compitiendo (no pueden parar; si lo hicieran, morirían, imagino). No lo hacen a propósito, lo de reunirse. Puede que haya, teorizo, cierta frecuencia del cerebro que los hace afines, que los atrae entre sí, como a los inmortales de la peli de Christopher Lambert. Verlos en manada me toca la fibra sensible, como cuando veo un documental siestero de La 2. El comportamiento gregario siempre es emotivo, más todavía si es involuntario.

Los imbéciles no están impedidos para trabajar, dirigir, hacerse ricos o gobernar un país. No es una condición que los inutilice para ninguna labor (la Constitución simplemente los ignora, como si tratar de legislar sobre ellos fuera una labor inútil; cómo reglamentar sobre tanta gente y tan difícil de distinguir de los demás).

Lamentablemente, no se ha inventado todavía un detector de imbéciles. El inventor sería digno del premio Nobel, si los imbéciles, temerosos de ser descubiertos, no acabaran antes con la vida del iluso creador. Ningún imbécil que se precie de serlo permitiría que un aparato así llegara al gran público. Eso si es consciente de su imbecilidad, que muchos ni lo saben. Los que sí, los imbéciles conscientes, tienen claro que pueden ser detectados por algunas personas y por eso se esconden entre la masa, camuflados, pareciendo tan normales como el resto, y casi siempre les sale bien. Llevan toda la vida disimulando, o intentándolo, aunque es inevitable que a veces bajen la guardia. Es entonces cuando tenemos la oportunidad de desenmascararlos. Pero hay que estar atento, muy atento, porque es fácil confundirlos con los tontos, los idiotas o con los simplemente gilipollas. Y no son lo mismo. Ni de coña. A los imbéciles hay que darles de comer aparte.