La cabeza

La semana pasada alguien abrió mi coche y se llevó la rueda de repuesto. Fue un robo casi limpio. Una luna de las pequeñas rota y listo. La noche pasada la historia se ha vuelto a repetir solo que esta vez no había rueda que robar. Es de suponer que el ladrón o ladrones se habrán pillado un buen mosqueo. Tan grande que donde antes estuvo la rueda de repuesto ahora hay una cabeza humana. Obviamente no es la mía y tras mirarla desde todos los ángulos posibles puedo asegurar que perteneció a alguien que no conozco. Por supuesto que llamé a la policía. Estuvieron encantados con hacerme una visita y revisar el coche. Cuando les conté lo de la cabeza casi montan una fiesta. Al parecer llevaban un par de días buscándola para completar el cuerpo decapitado que alguien encontró en su maletero. La banda de ladrones decapitadores y esparcidores de cuerpos sigue en busca y captura. Espero que no vuelvan a abrirme el coche, y si lo hacen que sea para dejar allí la rueda de respuesto que falta, que falta me hace.

Goticas

El del tiempo anuncia lluvia. Luego resultan ser unas goticas de nada que ni siquiera sirven para mancharme los cristales de las gafas.

La vida está llena de promesas incumplidas. Si llovieran serían diluvio.

El punto en el cielo

Cuando el cielo no está gris, amagando con un diluvio, el ojo humano, y el mío lo es, el derecho, también el izquierdo, se encuentra con un espectáculo monótono, monotono, con un azul piscinero que si acaso se difumina cuando acercamos la mirada al sol. No hay mucho que ver. La luz lo cubre todo y nos ciega. Ni estrellas, ni satélites (hablo de los artificiales) quedan a la vista. Salvo un punto.

Hay un punto en el cielo que no es planeta ni luna, ni satélite de comunicaciones, ni cacharros como la estación internacional. No es una sonda, ni un ovni, ni nada por el estilo. Y no niego por negar. He investigado, leído, indagado y no hay referencias sobre ese punto. No es nada y a nadie parecer importarle. En foros de astrónomos, en páginas de ufólogos, en diversas webs donde freakys de todo tipo comentan estos temas. Nadie sabe lo que es ese punto en el cielo. Es solo un punto, me dicen, será un satélite, añaden, pero luego los datos no respaldan esa afirmación hecha a la ligera.

Mi teoría, y es solo eso, una teoría que seguro no irá a ninguna parte, es que ese punto en el cielo, ese punto oscuro e incoherente, es un pixel muerto. Algunos de los que leéis esto ya sabéis de qué hablo. Otros no y para ellos va esta explicación. Un pixel muerto es un punto de la pantalla de tu ordenador que ya no funciona, ya no transmite luz y siempre que la encendemos, da igual lo que la pantalla nos muestre, ese punto siempre está apagado, ese pixel está muerto, como el punto que veo en el cielo.

El hombre bucle

No sé si os hablé del hombre bucle, el señor que vive encima de mi casa. Es ese que a las tantas de la noche se pone a escribir a máquina (sí, de esas antiguas, de las que hacen cla cla cla cla cla). Cuando no está aporreando las teclas (puede que solo las golpee porque le gusta el sonido y que en el papel salgan letras aleatorias, o que ni siquiera tenga papel), está haciendo cosas. Digo haciendo cosas porque no lo veo y tengo que imaginármelas por el sonido que me llega. Anoche hizo una de sus rondas-bucle: se paseó infinidad de veces por la casa, yendo de habitación en habitación, encendiendo y apagando las luces (plas plas plas plas plas, clic, clic, plas plas plas plas...). Luego su mente ideó un plan maligno sin permiso de su consciencia, que creo que anda más perdida que otra cosa: se puso a raspar algo. Después de unos minutos oyendo el ras ras ras concluí que al señor le había dado una necesidad irrefrenable de raspar los rodapiés de su casa, quizá para limpiarlos de restos de pintura (real o imaginaria). Esta operación pudo durar una media hora entre la una y y la una y media de la mañana. Doy por hecho que no ha terminado con todos los rodapiés y que esta noche, o cualquier otra, seguirá con su plan maquiavélico demencial. Os tendré al tanto.

Carta de M. Salieri

De su puño y letra, en mi buzón, dejada en mano (sin sello, para ahorrar o por las prisas), ayer me encontré con una carta de Salieri. Se ha dignado a responder a mis ruegos. Os resumo: sigue vivo. Os detallo, transcribo, dejando fuera las partes que él mismo me ha pedido que no publique:

Querido tocayo:

Siento haberme desvanecido estas semanas (¿han sido meses?). Ya sabes que soy de irme sin avisar, y en esta ocasión era más necesario que voluntario. [...] Olvida el correo electrónico y mi antigua dirección física. Si es necesario yo contactaré contigo. He estado en peligro, como has podido imaginar, aunque todo está ahora más tranquilo. No lo suficiente. [...] Me permito escribir de vez en cuando en el twitter para desfogarme. Es mi único contacto con la gente. Me dicen que pronto podré volver a mi vida normal pero no hay una fecha concreta. Pronto puede ser demasiado. Como viste, mi blog desapareció. Él fue la causa... más bien mi torpeza. Pensé que nadie lo leería, nadie que me tuviera en el punto de mira, y me equivoqué. [...] Este tiempo ha sido duro. Ya sabes que no me cuesta estar alejado de la gente, pero no es lo mismo cuando no puedes decidir cuándo y por cuánto tiempo. [...] Si publicas la carta obvia las partes subrayadas. Así nadie podrá tomarla contigo: no sabes dónde estoy ni cómo contactarme.

Un saludo.
S.

En fin, para el que estuviera preocupado por Salieri, parece que está medio bien, aunque no puedo imaginar por qué situaciones ha podido pasar durante este tiempo. Espero que esta no sea su última comunicación y que consiga salir de su extraño aprieto.

Odiar es lo más

El amor está sobrevalorado. Lo que mola es el odio. Cuando amas se te queda en la cara un gesto idiota, cercano al retardismo mental más crudo. Cuando odias, en cambio, tu cara se vuelve la más fotogénica del mundo. Los músculos de la cara (hay más de los que podría contar) se retuercen hasta formar nudos marineros de categoría corsaria: la cara del odio refulge, tensísima, tanto que si odias durante mucho rato seguido luego tienes agujetas. Odiar duele pero es bello, confiere cierta clase y eso se acaba notando en el perfil de uno, que se vuelve aristocrático. Y porque no he dicho nada todavía sobre la mirada. Los ojos que odian tienen los bordes marcados, como retintados con rotulador. Los ojos enamorados se desparraman y dan mucha grima, babean, y yo sólo me permito babear por los ojos con la comida. Qué es lo que suelen decir los que escriben... ojos afilados, cortantes, punzantes, con mala leche, vamos. Odiar a ciegas no es odiar porque el odio se transmite por los ojos (como rayos láser). Los ciegos pueden odiar también, faltaría más, pero no es lo mismo: tienen que saltarse la mirada de odio y pasar directamente a golpearte con el bastón.

Odiar es lo más y, lamentablemente, no todo el mundo sabe hacerlo bien. Enfurruñarse no es odiar. Insultar, gruñir o farfullar por lo bajini no es odiar, ni vale como forma de expresión de odio. El odio de verdad se palpa en el ambiente sin necesidad de verbalizarlo. El resto son conatos plebeyos, simples rabietas, malhumores sin control. De cada diez personas que conozco, solo una, quizá menos, sabe odiar bien.

Espero que 2012, y este es mi deseo para la humanidad (cuánta gente cabe en tan pocas letras), enseñe a odiar a los que no saben y lo necesitan, porque odiar mal acaba produciendo lesiones irreversibles y ya es lo que nos faltaba este año.

¿Señales de vida?

Los que seguís el twitter de Salieri habréis deducido que: a) sigue con vida; o b) alguien está usando su cuenta de twitter para engañarnos. Hacía meses que no escribía nada y ahora nos sale con comentarios absurdos (más de lo habitual) sobre un cepo en el baño. Sí, también cuelga los post de este blog, pero eso es un favor que me hizo hace mucho, cuando creó su cuenta, y está automatizado, así es que él podría estar muerto (iba a decir "o algo peor") y la maquinita seguiría publicando mis lapos. Lo que está claro es que su cuenta está activa y ha escrito alguno que otro comentario, y retwitteado mensajes de otras personas. A esto añado que particularmente sigo sin noticias, sin correos electrónicos, sin más información que la que leo en esos mensajes extraños. He contactado con algunas personas que tenemos en común, como Migue o Lara, pero tampoco saben nada de él.

Sé que él lee este blog (o leía), así es que si lo está leyendo, señor Salieri, por favor, contacte conmigo por los medios habituales, aunque sea para confirmar que es usted quien está usando la cuenta de twitter y que está bien.


Blanca y negra

Viene a recogerme mi hermano. Al salir del Centro lo veo apoyado en el coche. Se lo ve cansado. Han sido dos meses sin verlo, culpa mía. No me cuesta sonreír cuando se da cuenta de que ya estoy fuera. A él tampoco. El camino a casa es largo, dos horas, calculo. Allí me esperan los amigos y la familia. Sé que han estado preocupados por mí. Me pongo en su lugar y no sabría qué pensar. Siempre he estado muy cuerdo, hasta que dejé de estarlo y el mundo se nos vino encima. El doctor Villalobos dice que es más común de lo que parece. Que algo, no sabemos qué, puede provocar un mal funcionamiento de ese ordenador tan complejo que es nuestro cerebro. Alteraciones químicas que llevan a la obsesión, a no distinguir realidad de fantasía, a desquiciarse y a complicarle a la vida a todos los que nos rodean. Eso es lo que más me duele. Perder el trabajo fue prácticamente indoloro. No lo echo de menos. 

Por el camino Luis pone algo de música. Trata de no hablar del tema, como si no hubiera pasado nada. Tanta normalidad no es normal. Está tenso. No sé cómo decirle que ya estoy bien, del todo, que ya no tengo la cabeza llena de locuras, que las he sacado todas y las he dejado en el Centro. Ya no vivo en el mundo de Oz, como dice el doctor. Pero ya sé que será así. Luis, mis padres, el resto de mi familia y amigos tardarán en volver a la normalidad, mucho más que yo. 

Es increíble lo fácil que es volverse loco. Es un camino suave por el que andas sin casi darte cuenta, y cuando lo terminas de recorrer ya estás perdido. Todo son sensaciones. Así empezó mi locura. La sensación de no estar en mi casa sino en otra igual pero distinta, de oler las cosas y no reconocerlas, de ver a las personas, a mi propio hermano, y sentir que no es el mismo, que me lo han cambiado, como en aquella película, La invasión de los ultracuerpos, en la que los alienígenas sustituían a las personas creando cuerpos idénticos que nacían de unas semillas. La locura creció sin darme cuenta. No era capaz de ver las diferencias pero las sentía. No tenía pruebas de que todo había cambiado porque realmente nada había cambiado. Nada salvo yo, mi mente desquiciada. Luis me puso al día en el trayecto a casa. En el Centro los estímulos exteriores estaban vetados. Las noticias políticas, deportivas, las historias familiares me fueron metiendo de nuevo en la realidad, la otra realidad, la de verdad, porque la vida en el Centro tampoco era real, si acaso un limbo en el que mi mente estuvo descansando, desestresándose, volviendo en sí. 

Cuando llegamos a la ciudad, paramos en el supermercado. Luis quería comprar unas cosas antes de llegar a casa. Me pareció bien. Era una pequeña parada antes de enfretarme a la familia. Enfrentarme. Esperaba un buen recibimiento aunque lleno de dudas y temor. Cerveza, leche, pan... ayudé a Luis como siempre lo había hecho, cientos de veces antes. ¿Quieres algo? Me dijo. En el Centro la comida era buena pero repetitiva. Se echaban muchas cosas de menos, detalles. Nocilla, Luis, cógeme un vaso, de la de dos colores. Es mi favorita. Luis se me quedó mirando dos segundos, tres, antes de responder. Rober, no hay de esa que dices. Vaya, pues de la otra. Mi hermano hizo el amago de volver a hablar pero se contuvo, cogió el vaso de Nocilla y nos dirigimos hacia la caja. No tenéis Nocilla de dos colores, le dije a la cajera. ¿De dos colores?, preguntó la chica. Sí, la de dos sabores. Debe de estar usted confundido, señor, nunca hemos tenido esa variedad, y que yo sepa no existe, y mire que llevo aquí trabajando cinco años. Por un momento creí que me estaba tomando el pelo. Pero solo fue un momento. El gesto descompuesto en la cara de Luis fue más que suficiente. Vámonos, le dije. ¿A casa?, preguntó. No, a casa no.

Ya es mañana

Ya es mañana y casi ni me he dado cuenta. Dejo el Jack Daniel's y me paso a la Mirinda. Es mi promesa de año nuevo en esta vida vieja. Me voy a la cama otra vez, que me ha sabido a poco.